Es una pieza coral coreografiada e interpretada por Vallejo Pinto acompañado en escena por seis bailarines de la talla de Javier Monzón García

MÓSTOLES/ 30 OCTUBRE 2019/ El Teatro del Bosque de Móstoles acoge este jueves 31 de octubre, a las 20.00 horas, el último espectáculo del bailarín y coreógrafo asturiano afincado en Madrid Eduardo Vallejo Pinto, ‘No time to rage’, donde expone símbolos de distintos arquetipos que interactúan entre ellos de una manera destructiva

Eduardo Vallejo Pinto trata de analizar cómo influyen las vivencias, los éxitos o los fracasos en el movimiento de cada individuo. Ilustra una sociedad fagocitaría donde el diferente es automáticamente castigado. Una obra compleja y profunda que muestra la soledad de aquellos capaces de ver la realidad con más dimensiones que el resto de personas en un mundo que los obliga a seguir sus estructuras.

Es una pieza coral coreografiada e interpretada por Vallejo Pinto acompañado en escena por seis bailarines de la talla de Javier Monzón García, el que fuera durante años bailarín principal de la CND y Yaiza Caro Martinez desde España, además de otros llegados desde diferentes partes del mundo como: Michela Lanteri (Italia), Valentina Pedica (Italia), Delaney Conway (EE.UU),  y Mai Matsuki (Japón).

‘No time to rage’ forma parte de un proceso de investigación que tiene su origen en la primera obra completa de Eduardo Vallejo Pinto, ‘Tell the Dust’ (2017), pero que continúa, en esta ocasión, tras plantear algunas preguntas de partida como: ¿Define el género al movimiento? ¿Cómo afectan las relaciones personales, los éxitos o las vivencias el movimiento de los individuos? ¿Condiciona nuestro ámbito social cómo nos movemos? ¿Son visibles las fracturas y quiebras del individuo en su lenguaje corporal?

La pieza surge con la idea de reproducir las sensaciones que tiene un individuo ante la presión social, pero teniendo en cuenta la huella dactilar única, inherente a cada persona, y que se va desarrollando paulatinamente con las vivencias, las heridas o los éxitos de la propia vida, y que se traduce en el baile en un código único por parte de cada bailarín, que incorpora también a la coreografía sus emociones, recuerdos latentes, miedos y esperanzas.

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